Sobre el tramposo término “transexcluyente”

Laura Rivas Martínez

Últimamente nos llaman «transexcluyentes» a las feministas casi tanto como nos llaman «tránsfobas». Pero este término no es ni inocente, ni inocuo, ni (más grave todavía) correcto.

En primer lugar, en un contexto en el que la «inclusión» es el valor de moda en el ámbito de las políticas públicas y del Tercer Sector, la carga moral es obvia: «Transexcluyente» se usa para señalar a las feministas ‘malas’ en contrapunto con las buenas, las “transincluyentes».

El uso de «inclusión» e «inclusivo» en este ámbito fue en origen una alternativa a «integración» porque supuestamente es un término con implicaciones más igualitarias, sobre todo pensando en colectivos como el migrante y el de personas con discapacidad. En los programas de ONGs, el vocablo “inclusión” aparece siempre multitud de veces; es más omnipresente incluso que “transversal”. Por poner un ejemplo, la «inclusión» es un valor-guía en la Agenda 2030, como puede verse en el Objetivo número 11, ‘Lograr que las ciudades sean más inclusivas, seguras, resilientes y sostenibles’.

Por tanto, y aun sin ir al fondo del asunto, denominarnos «transexcluyentes» es, de entrada, un recurso retórico para condicionar el debate de antemano. Es propaganda, vaya. Propaganda antifeminista.

Espacios exclusivos no significa exclusión social

En segundo lugar, «transexcluyente» da lugar a equívocos. El colectivo transexual es conocido por sufrir altas tasas de exclusión social. En el imaginario colectivo se tiene esta imagen: hombres mayoritariamente gays e históricamente relegados a la prostitución. «Transexcluyente» apela a esa idea ya arraigada en el imaginario colectivo, y su uso busca que se nos asocie a las feministas con la exclusión social del colectivo transexual, a pesar de que no somos las causantes de tal situación y, de hecho, la hemos denunciado siempre.

Las feministas siempre se han solidarizado con transexuales y gays: veían similitud entre la violencia vivida por estos hombres a manos de otros hombres, y la violencia machista vivida por ellas; pero eso no quiere decir que la problemática sea la misma: las mujeres estamos oprimidas como clase o casta sexual por los hombres, es decir, la violencia que vivimos nosotras cumple una función estructural mucho más profunda.

Utilizando esta realidad ya asumida el transactivismo aprovecha para difamarnos, confundiendo a propósito nuestras reivindicaciones reales con una supuesta campaña para “excluir a las personas trans de los espacios públicos”, como se afirma por ejemplo en este cartel que convoca un escrache contra una conferencia feminista en Manchester (Reino Unido) el pasado 24 de marzo:

Pero las demandas feministas no buscan, ni tienen como consecuencia, la exclusión social de personas transexuales. Según la ONU, la exclusión social es el“proceso mediante el cual los individuos o grupos son total o parcialmente excluidos de una participación plena en la sociedad en la que viven”.

La exclusión social está relacionada con la falta de «acceso a la vivienda, al agua potable, a una atención de salud adecuada, a una educación de calidad y a la cultura», según Acción contra el Hambre.

Con la definición en la mano, ¿se cree alguien que el feminismo promueva o facilite la exclusión social de nadie? ¿No parece, como mínimo, hiperbólico?

Reclamar espacios, deportes, cuotas no mixtas, no es lo mismo que promover la exclusión social, y además no es la causa de la exclusión social de ningún colectivo. Todo grupo de personas con un interés común tiene derecho a reunirse en grupos exclusivos (es decir, limitados a quienes comparten un mismo interés) para defender ese interés común: ese es el principio básico del asociacionismo, del sindicalismo y de la política de partidos. El derecho de las mujeres a reunirse en exclusiva con otras mujeres y a disfrutar de servicios solo para nosotras, tal y como habíamos hecho hasta ahora, no provoca la exclusión social del colectivo transexual; defender eso es, entre otras cosas, atribuir un poder a las mujeres que precisamente no tenemos.

Tener estadísticas propias, vestuarios, gimnasios, habitaciones de hospital y habitaciones gerátricas solo para mujeres (personas de sexo femenino) NO excluye de la vida normal a las personas transexuales. Hay alternativas que pueden y deben estudiarse, como además ha habido siempre para los hombres. Y de entrada, el transactivismo debería comenzar por exigir a los hombres, abrumadoramente responsables de los delitos de odio cometidos contra transexuales y gays, que respeten los derechos de los hombres que se salen de la norma dentro de sus propios espacios.

El feminismo incluye también a las transmasculinas

En tercer lugar, y no por ello menos importante: «transexcluyente» aplicado a la teoría feminista es un término falso. El sujeto histórico del feminismo son las mujeres, y esto incluye a todas las mujeres, todas absolutamente, incluidas las transmasculinas (habitualmente conocidas como «hombres trans”).

Las mujeres transmasculinas sufren el patriarcado y la misoginia en sus carnes igual que cualquier otra mujer. De hecho, las feministas radicales (de «raíz», porque buscamos la raíz del problema) sostenemos que el patriarcado es lo que de pronto está impulsando a tantas, en su mayoría jóvenes y vulnerables, a transicionar, llevándolas a modificar su cuerpo y a operar órganos sanos para tratar de ser más respetadas. El sistema llevaba décadas haciendo esto a las mujeres en forma de cirugías plásticas y de anorexia; este es solo el fascículo más reciente.

Evidentemente, en nuestros grupos compartimos espacio con mujeres que piensan como nosotras, y por tanto la mayor parte de transmasculinas no participan en grupos radfem (aunque cada día más de ellas afirman haber encontrado ayuda para su disforia en el feminismo radical). En cualquier caso, la teoría las atañe igual, y luchamos igualmente por ellas, por su liberación y su bienestar.

Por quien no lucha el feminismo es por las personas de sexo masculino, o sea, los hombres (por ninguno de ellos). No porque «odiemos a los hombres», tal y como nos acusa la derecha. Ni porque «odiemos a los trans», como proclama la «izquierda» queer. Sino por el mismo motivo por el que la patronal no es parte del movimiento obrero: cuando entiendes la política como antagonismo entre clases (en nuestro caso sexuales), sabes que tienes que organizarte por tu cuenta. En otras palabras: bastante tenemos con lo nuestro.

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